El emotivo discurso inaugural del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, en la Asamblea General reflejaba su impotencia y frustración ante los retos del mundo que nos rodea. Guerras descontroladas, cambio climático, inteligencia artificial… en definitiva, amenazas existenciales hoy presentes. Su audiencia era el mundo, pero en la sala lo rodeaban aquellos a quienes llamamos «líderes mundiales».

Agradezco mucho la invitación de la Cátedra de Liderazgo en Valores para escribir este texto. Pero os pido algo a cambio. Como cátedra, os encomendaría la tarea de redefinir qué es un líder mundial. De ordenar el léxico para que tengamos claro de qué y de quién estamos hablando.

Porque el liderazgo, un concepto cargado de connotaciones positivas, o tiene un impacto favorable para la población, o no es liderazgo. Tenemos que identificarlo de otra manera. ¿Y si los llamáramos responsables?
Desde el balcón de la memoria de mis 25 años dedicados a la acción humanitaria, conozco de primera mano lo que es el fracaso que de alguna forma expresaba Guterres.

Porque no hay mejor ejemplo de un fracaso colectivo que un conflicto armado, una hambruna que mata a decenas de niños o una epidemia descontrolada. Cuando lideras un proyecto de respuesta a emergencias, donde siempre trabajas superado por el contexto y operando medicina de triaje (eligiendo a quién salvas y a quién no), debes tener muy claro dónde están los límites y las diferencias entre el liderazgo y la responsabilidad.

Vivimos en un mundo que tiene todas las capacidades para resolver sus problemas fundamentales y que cada día decide no hacerlo. Es más, vivimos en un mundo donde ya existen personas/individuos que podrían cambiarlo todo, y que cada día deciden que no lo harán. Porque hay responsables de estas amenazas existenciales. Con nombres y apellidos, a la cabeza de gobiernos y otras entidades, que disfrutan de esta etiqueta de líder.

Y es fundamental distinguir entre popularidad y prestigio. Son populares, pero nadie es capaz de identificar al Mandela de nuestra generación, imposible de encontrar entre una nueva generación de gobernantes que, eso sí, han ganado su particular “Juego del Calamar” en el que han convertido la política contemporánea en sus respectivos países y en las instituciones, a costa de su prestigio entre la población. Esto no es liderazgo.

Y es básico distinguir entre beneficio y bienestar, y entre rendimiento y utilidad. Hay individuos que pueden acumular beneficios y riqueza hasta límites obscenos, pero son absolutamente inútiles para generar equilibrios que aseguren el bienestar y la dignidad de la población que los rodea. Esto tampoco es liderazgo.

Y que nadie confunda este texto con la antipolítica. Al contrario. Porque la alternativa es muy real. Recuerdo de primera mano los duros momentos del COVID en Cataluña, donde afloraron todas las formas de liderazgo que necesitamos identificar, potenciar y reconocer. Entre los gobernantes, las trabajadoras sanitarias y de otros servicios, y una ciudadanía comprometida y responsable, surgieron miles de ejemplos de solidaridad y empatía que derrotaron la mayor amenaza de nuestra generación. Y es cierto que tuvimos algunos ejemplos de avaricia, incompetencia y egoísmo desmesurado. Pero es innegable que, colectivamente, superamos ese reto. Se hizo política verdadera.

Por tanto, la capacidad de resolver los grandes retos y problemas no es de capacidad. Es de voluntad. No es que no se pueda hacer. Es que no se quiere. No es cuestión de liderazgo, entonces. Es de responsabilidad.

Por lo tanto, responsables son aquellos que nos empeoran, esperando que de alguna forma y algún día tengan que rendir cuentas y les arranquemos de su inmenso ego esa satisfacción cuando escuchan que los llaman líder.

Y reservemos esta última palabra (líder) a tantas y tantas personas que toman decisiones buscando equilibrios entre intereses y principios, entre lo individual y lo común, y de una forma muy humana, en el sentido de que lo hacen cargados de contradicciones, llenos de dudas, sin tener todas las respuestas, logrando cosas buenas sin ser nunca perfectos. Y lo intentan desde la posición a la que han llegado o que les ha tocado en la vida, contribuyendo no solo al bienestar de los suyos (perfectamente legítimo), sino también intentando responder a los retos colectivos, buscando un impacto que trasciende lo estrictamente popular o rentable, y con una mirada que también busca el bienestar de las personas, protegiendo en particular a los menos favorecidos.

Y al hacer esto, imparten cátedra cada día, una cátedra de valores.

David Noguera Hancock,
trabajador humanitario,
presidente de Médicos sin Fronteras en España (del 2016 al 2021)