Me piden a menudo cómo se dirige un equipo de futbol de élite para conducirlo al éxito. Estoy seguro de que hay muchas respuestas posibles a esta pregunta, todas válidas, pero, en mi caso, para responderla, me meto en la piel del jugador que fui y sé que lo que se espera de mi es que anticipe lo que pasará en el próximo partido, que sueñe cómo se desarrollará y que tome decisiones en función de esta visión.

No es una tarea fácil y, además, a menudo, es solitaria y incomprendida. En esta anticipación, hay que combinar un trabajo intenso de conocimiento del rival con una comprensión profunda de las capacidades de tu equipo. Finalmente, al tomar la decisión, todo este bagaje se concreta en una intuición, fruto a partes iguales de tu experiencia y del análisis de las circunstancias concretas que tienes ante ti. Experiencia e inspiración se dan la mano para construir decisiones únicas adaptadas a la situación particular que te plantea cada partido.

Una vez tomada la decisión, es esencial saberla comunicar, que se entienda y, en la medida de lo posible, que se comparta. Adaptar el mensaje a cada jugador es clave. Todos merecemos el mismo respeto, pero no todos queremos ni podemos ser tratados igual. A menudo, debes utilizar estrategias diferentes para conectar con personas distintas. Y ésta es una habilidad esencial para liderar: entender la individualidad de cada uno y tenerla siempre en mente para sacar lo mejor de cada uno en beneficio del equipo.

En realidad, buena parte de la comunicación tiene que ver con tu visión sobre lo que debe ocurrir durante el partido. A la hora de transmitirla debes saber aportar certeza dónde hay desorientación, dar seguridad dónde hay miedo, ser capaz de generar las condiciones para que ocurra lo que quieres que pase, lo que has soñado. Cada acción, cada pase, debe tener un sentido, una función dentro del partido, no se trata simplemente de pasarse la pelota porque sí. Lo he dicho muchas veces, no me gusta el tiki-taka, prefiero el juego inteligente.

Y, por último, hay que confiar en el talento que tienes en el vestuario. Animar a los jugadores a arriesgarse, darles permiso para equivocarse. Soy de los que está convencido de que todo el mundo sale al terreno de juego a hacerlo bien. Y, cuando los resultados no llegan, es necesario analizar qué ha pasado y aprender de los errores. Cuando pierdes, se trata de aceptar la derrota, que el contrario ha sido superior, levantarse y trabajar para hacerlo mejor en el próximo partido. Y lo mismo cuando ganas: entender qué ha pasado e incorporar ese aprendizaje. Es la forma de ir entrenando el sexto sentido que entra en juego a la hora de tomar decisiones adaptadas a cada realidad concreta.

Sin embargo, la confianza debe empezar por uno mismo. Es esencial ser fiel a la propia intuición, basada en el trabajo y la experiencia y enfocada a los objetivos. Y es que, gestionar un equipo es gestionar a los que juegan, pero también a los que se están sentados en el banquillo o en la grada. O los que se quedan en casa. No hay nada como contar con jugadores generosos capaces de pensar en los objetivos colectivos más que en protagonismos individuales.

Y todavía una última reflexión: soy más de ligas que de copas. Creo, por encima de todo, en la consistencia del trabajo del equipo, la que premia la perseverancia y da valor al éxito. Todos podemos tener un día de suerte, el liderazgo, sin embargo, construye la suerte, decisión a decisión.

Pep Guardiola Sala,
director de la Cátedra de Liderazgo en Valores